Alberto Benitez
3 min readJul 8, 2022

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UN COMENTARIO SOBRE VIOLENCIA Y JUSTICIA

La violencia funciona porque somos emocionales.

La violencia no se usa para eliminar obstáculos sino para provocar miedo, para satisfacer el orgullo, para burlarnos de, para sentirnos orgullosos, para vengarnos, para sentirnos superiores… o sea, para causar emociones.

A ningún agresor le satisface golpear maniquíes.

Nicolas Maquiavelo es muchas veces tomado como un antecedente de la llamada corriente “realista” en geopolítica. Lo que propone esta corriente es que los conflictos entre naciones se explican totalmente por sus intereses económicos o de defensa. No hay principios o moral en la guerra: si una nación teme ser agredida, o si encuentra una oportunidad para tener más poder, y si la otra nación es débil, sin duda actuará y el consejo de esta corriente política es precisamente ese: que actúe. O sea, que ataque.

Pero Maquiavelo entiende que las guerras no se tratan sólo de destruir obstáculos. El trabajo más difícil que enfrenta un conquistador no es ganar la guerra sino crear un nuevo gobierno y mover a la población conquistada a que le obedezca y se someta. Y para esto la violencia no es el mejor instrumento. Si se la emplea siempre, es como usar un martillo para romper ladrillos, y para lavar platos.

Maquiavelo no aconseja usar la violencia contra la población sino contra los posibles competidores del príncipe. Contra los noble o aristócratas u obispos o generales que puedan competir contra él por la autoridad política.

Sobre la población, sobre la inmensa mayoría, Maquiavelo aconseja usar la violencia para provocarles la emoción de la satisfacción de la justicia.

Emocionalmente, psicológicamente, no hay diferencia entre venganza y justicia. La justicia no se define ni se establece psicológicamente sino de muchas otras maneras. Y sabemos que hay un problema cuando la justicia no satisface las emociones de la gente.

Maquiavelo narra un hecho histórico que nos da qué pensar.

Cesar Borgia gana una guerra y derrota al gobernó de la Romaña, la región al norte de Italia, que mira al mar Adriático. Para crear un gobierno fuerte, le da el poder a Ramiro de Orco. Se lo da porque sabe que este Orco es un personaje cruel y violento. Y en efecto: a fuerza de amenazas y muertes y encarcelamientos este sujeto consigue que la población le tema, y le obedezca. Pero Cesar Borgia sabe que un martillo no lava platos. Así que luego de poco más de un año, manda capturar a Orco y lo ejecuta: una mañana lo hizo exponer en la plaza de Cesena, partido en dos, cada parte de su cuerpo clavada en un marco, y un cuchillo empapado en sangre a sus pies.

Dice Maquiavelo. “La ferocidad de semejante espectáculo dejó al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto”.

Que la acción de Borgia haya causado estupefacción y satisfacción en el pueblo es lo que nos debe hacer pensar.

La violencia de Cesar Borgia fue estupendamente usada: lo libró de un obstáculo y al mismo tiempo movió entre el pueblo las emociones que el nuevo gobernante necesita: las emociones que le ganaron el respeto y admiración de la gente. Y así se estableció la paz.

Hasta aquí por ahora.

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