Pensamiento opaco

Alberto Benitez
3 min readSep 11, 2017

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Si afirmáramos que el ejercicio de la política es irracional implicamos tres cosas: que no podemos calificar ni los fines, ni los medios, y que tampoco podemos anticipar nada en ella. Implicamos que querer saber las causas y la naturaleza de las acciones para hacerse obedecer (que es lo que la política es) es cosa de pura suerte, y lo poco que pudiéramos entender podría cambiar en poco tiempo. Si la política es irracional significa que no podemos ni entenderla ni controlarla. Y si de verdad fuera así el único gobierno posible sería el gobierno divino: uno que llamaríamos omnipotente porque no sabríamos qué causa y qué no, o cuándo causa y cuándo no; uno que merece toda la obediencia pero que no podemos controlarlo de ninguna manera.

O la política es racional a pesar de las conductas irracionales en ella, o aceptamos el gobierno de los dioses.

El racismo no es racional. El racismo no ofrece ni propone medios o fines que puedan alcanzarse. El racismo es causas muy normal de obediencia. Reclama y obtiene la obediencia de sociedades enteras. Pero podemos calificarlo y estudiarlo: podemos saber qué causa y cómo.

La historia de Japón se parte en dos en el siglo XX. Prácticamente desde su origen y hasta 1945, Japón era una sociedad cerrada, con un afán de pureza racial más acentuado que el nazi. Los japoneses ponían al centro de su política y de su moral la obediencia al Emperador, que es un dios en la tierra. ¿Cómo podríamos entender la mente de dios? ¿Cómo pensar siquiera en controlarla? ¿Qué hacer si no obedecer?

La entendemos y la controlamos, y decidimos obedecerla o no, cuando no es dios.

Los súbditos obedientes lo hacían compelidos por la violencia física y moral de sus dirigentes. La clase política se apoyaba en una moral en la que los militares tenían prestigio. Un prestigio falaz: los militares japoneses del siglo XX no eran samuráis pero afirmaban serlo. La falacia de creer que los militares eran como samuráis era provocada al desalentar las opiniones críticas, que podían haber destacado los contrastares entre samuráis y militares (con una caricatura, por ejemplo), de manera que estos no pudieran apoyarse en aquella imagen venerada. La obediencia de los japoneses se apoyaba en esta oscuridad, en este cultivo de las opiniones opacas.

El error fatal en la política japonesa fue el medio que usaron para hacerse obedecer. Deseaban hacer obedecer a los norteamericanos. El único instrumento que tenían, era la fuerza. Uno que no les había servido ni siquiera contra el débil, débil Estado chino. Los japoneses llegaron a matar a dos millones de chinos en su guerra. Ocuparon de China prácticamente toda la costa, desde la frontera con Rusia hasta la frontera con Vietnam. Y nunca, nunca redujeron a aquella nación. Los chinos nunca, nunca obedecieron. Si a pesar de usar con eficiencia este medio, y no alcanzar lo que buscaban, ¿por qué seguían usándolo? Por su pensamiento opaco. Por la creencia falaz en su destino samurái.

Los japoneses no eran más fuertes que los norteamericanos. Pero, de verdad creían que por su carácter samurái lo eran. Porque al apoyar la obediencia de todos los súbditos en la opinión falaz de que los militares eran samuráis, los militares y no sólo los otros súbditos también lo creía. Los líderes japoneses sí creían ser samuráis. Se lo hicieron creer a la multitud, y lo creyeron ellos mismos. Por eso siguieron usando un medio probadamente ineficiente, probadamente inútil.

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