Lo malo es que te haces adicto
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La anarquía es un sueño viejo, de verdad muy viejo. Para no variar fue un griego el que la inventó: Diógenes de Atenas. Diógenes fue contemporáneo de Platón, como por el siglo V a.C. Diógenes y Platón e encontraban y se insultaban frecuentemente por las calles y plazas de Atenas. De verdad no se caían bien. Platón dijo de Diógenes, “si Sócrates estuviera loco, sería Diógenes”. Cuando en la escuela de Platón propusieron como definición del hombre “bípedo implume”, Diógenes fue al mercado, desplumó un gallo y lo lanzo a la reunión platónica: “¡Ahí está el hombre de Platón!”, y se les carcajeó en la cara. Diógenes se llamó a sí mismo “cínico”: “perro”, el de la vida perra. Porque buscaba una vida natural, espontánea, sin ataduras artificiales, fuerte, sana. Libre. Pura.
Recuerdo Los desposeídos de Ursula K. LeGuein. Si no la conoces lector, no lo demores. En cuanto termines de leer este nuevo post de Nación Scienkia pídesela al cofrade scienkiano al que más confianza le tengas.
La novela es “una utopía ambigua”. Hay un sistema de planetas gemelos, Urras y Anarres, la segunda construye una comunidad anarquista. Sin gobierno, sin estructuras de mando. Con muchas estructuras de organización y coordinación, pero no de mando. Hay hospitales y escuelas e industria pesada (construyen naves espaciales, por supuesto) pero no hay policía o partidos políticos o iglesias o direcciones académicas.
En la utopía anarquista de LeGuein no se usan drogas. Ni siquiera alcohol. No porque estén prohibidas, por supuesto que no. Pero la moral anarquista ve con malos ojos el uso de suplementos, artificios, manufacturas. Los artificios necesitan producción, la producción implica trabajo, organización, mando… gobierno. Además, es algo que no tienes bajo la piel, por ti mismo, por naturaleza. Las drogas son, una debilidad. Los anarquista acusan perpetuamente las “falsas necesidades” para acusar las cadenas invisibles que atan a los hombres. Los anarresti desarrollan una especie de meditación que hace que en el cerebro se activen distintos centros de placer causando una sensación muy semejante a la de la embriaguez. No dice de qué grado o de qué sabor es esa embriaguez, pero es un tipo de ella.
Recuerdas sin duda el soma que inventa Aldous Huxley. En el Nuevo Estado Mundial, el estado mundial totalitario que hacia 1990 destruyó a todos los gobiernos del mundo e impuso una sociedad de castas genéticamente diseñadas, hay una sola droga Una droga que no deja cruda ni en lo físico ni en lo sentimental, que dependiendo de la dosis es letárgica, eufórica, o alucinógena, a tu sabor. Consumida libremente por todos los alfas, sin restricción más que para el trabajo. A las castas inferiores se les da cotidianamente pero en menores dosis: se las controla con la pura amenaza de no recibir sus doce píldoras diarias. Diógenes, Huxley y la LeGuein creen lo mismo: las drogas destruyen. Las drogas esclavizan porque te ponen en una situación en la que como no las puedes fabricar debes obedecer para tenerlas, y como las deseas, tú sólo te encadenas.
Pero quizás lo que destruye es la envidia. Los anarquistas de LeGuein deben tener testigos que miren su pureza: sus decadentes hermanos urrasti. Los anarresti son pobres. A diferencia del otro mundo padecen hambres con frecuencia. Pero siempre pueden mirar con orgullo a la luna y creer, “soy mejor que esos”. El personaje de la novela alguna vez se enferma, va a dar al hospital. Le ofrecen un antipirético, que rechaza: es, cree, un símbolo de debilidad; y puede decirle a la bonita enfermera “no, alguien más lo puede necesitar”. ¿Ves la vanidad, la pequeña vanidad asomando su cabeza puntiaguda?
Sin drogas, sin ciencia de las drogas, viviríamos peor. A menos que creamos que la vida peor es la vida que no se puede sostener de manera perfectamente autónoma. ¿Autónoma como la de la sonda Cassini, autónoma y limitada como la de cualquier robot, o autónoma como la de un cyborg, que se hace poderoso por sus brillantes prótesis?