La fe en los derechos animales

Alberto Benitez
4 min readNov 28, 2017

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Porque se desea que los animales tengan derechos es que se asegura que los tienen. Ese deseo se sostiene en la voluntad de hacerse obedecer. Sólo en la medida en que las personas que tienen tal deseo ganen fuerza e influencia es como será posible llegar a una situación en que exista algo como “derechos animales”.

Sin duda otorga derechos a los animales representarían un cambio en el mundo. También si de repente toda la humanidad se volviera zurda los cambios serían espectaculares. O, como en la fantasía de Saramago –novela Ensayo sobre la ceguera- si todos despertáramos ciegos de seguro se provocarían cambios dramáticos en el mundo. Pero por espectacular que sea el cambio no significa que sea bueno o justo. Un cambio dramático y espectacular puede ser injusto, o banal e insignificante. Lo espectacular no es equivalente a lo significativo o a lo valioso. Como en el caso de la imposición de una religión, el mundo cambia –y cambiar dramática- cuando un grupo consigue imponer su doctrina. Así, México-Tenochtitlan tomada por los españoles, o Constantinopla tomada por los musulmanes. Si el dictador impone su religión en su dominio, y castiga a los que lo desobedecen, ese acto de fuerza demuestra que la doctrina impuesta no tiene una pizca de verdad. El único beneficio de obedecer al dictador religioso es salvarse de su violencia.

Si por obedecer a tal tirano se evita su violencia y el sufrimiento que impone, si por obedecerlo se obtiene este resultado, muchos pueden creer que esta salvación, que esta obediencia es un bien. No es así. No sufrir a manos del tirano no es un beneficio. Creer que es un beneficio no sufrir o no sufrir la violencia del tirano, creer que la moral se reduce a la obediencia al poder, creer que la moral se limita a evitar el dolor es el grave error que debemos aprender a evitar aquí y ahora.

Cuando se les da derechos a los animales, a diferencia de cuando se dan derechos a grupos de personas, un grupo pierde mientras que se alega que el otro -el de los animales- gana, aunque la ganancia o beneficio que se presume no pueda comprobarse. Mientras que la política consiste en llegar a una situación en la que los grupos ganan todos algo, la política de los derechos animales o política animalista busca que un grupo pierda derechos para dar beneficios imposibles de corroborar, verificar o comprobar en el otro grupo. Los llamados “derechos animales” causan pérdidas verificables, mesurables y visibles, a cambio dejan beneficios que son asuntos sólo de fe.

Beneficios que sólo creen los que comparten aquella doctrina. Esos beneficios imaginarios los ilustra muy bien el mismo creador de la doctrina animalista, Peter Singer. Cita a Bernard Shaw en el capítulo 4 del Liberación animal:

“George Bernard Shaw dijo en cierta ocasión que a su tumba lo seguirían un tropel de ovejas, vacas, cerdos, pollos y un auténtico banco de peces, todos en agradecimiento por haberles perdonado la muerte debido a su alimentación vegetariana”.

Aunque es evidente que eso que narra Shaw y que Singer usa como prueba nunca ocurrió ni puede ocurrir, hay que decirlo: no es verdad que a la tumba de ningún vegano asistan centenares de animales para rendirle homenaje o agradecimiento. No es verdad que los vegetarianos vayan a reciba homenaje por parte de los animales. Como en el caso de cualquier religión esto sólo lo quieren creer sus adictos, y sólo sus adictos creen que es valioso creerlo, como para otras religiones es valioso creer en apariciones de ángeles y santos. En todo caso, el adepto a la doctrina sí espera dos cosas: o recibir el homenaje de sus correligionarios o escapar de sus reproches y recriminaciones que son siempre, esos sí, mecanismos de presión social efectivos.

Habría una manera, sin embargo, en que podría medirse el beneficio de dar “derechos” a los animales. Como los animales no quieren nada, se les nombraría representantes. Esos representantes vigilarían y castigarían los “derechos” de los animales. No los animales, sino las personas animalistas. Esas personas ganarían autoridad. Tener “derechos” animales crearía nuevas autoridades: inspectores, delgados, cobradores de impuestos, policías.

Si se le preguntara a los sujetos de tal derecho, los animales, no podrían decir nada. Claro: los representantes serían los que implementaran las evaluaciones de respeto a esos derechos. Si los animales están como ellos desean, entonces esos representantes asegurarían que se están respetando los “derechos” animales. “Derechos” que los animalistas han definido. “Derechos” que los animalistas han inventado. “Derechos” de los que los representados no pueden decir nada. Algo semejante a los tiempos cuando las mujeres estaban sometidas a sus padres y esposos: ellos definían cuándo y cómo y con quién podían las mujeres salir a la calle, si tenían o no propiedades, qué ropa usaban, si podían o no trabajar, etc., etc. Los hombres alegaban que ellos definían lo que era bueno para las mujeres, como los animalistas desean definir lo que es bueno para los animales.

Las iglesias cuya fe se alimenta de sí misma han dado pruebas de perdurar. Debemos creer entonces que el animalismo tiene una larga historia por delante.

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